martes, 22 de octubre de 2019

El clan




El clan


E
l tiempo; según algunos, es más antiguo que el universo. ¿es una ilusión o de dónde viene? Lo cierto es que vamos sumando tiempo de forma muy particular, creciendo bilógicamente e intelectualmente hasta alcanzar progresivamente cada una de esas etapas de vida alcanzando la madurez. Es indetenible, no existe un alto para acomodarse o pensar, todo hay que hacerlo en esa dinámica evolutiva del hombre, el tiempo como factor de vida; indispensable como cada célula que compone el cuerpo, piezas humanas que sufren desgaste, deterioro; en consecuencia, el único responsable de ello, somos nosotros mismos, nuestro cuerpo se comporta y funciona como lo deseemos. Luego en un periodo muy específico iniciamos el descenso, después de haber llegado a la cúspide, exitoso o no, a razón de una existencia; se inicia hasta consolidar la vida, hacia otro estadio. Nada conocemos de ella, nada es preciso en ese nuevo espacio para nosotros luego de haber cumplido con el lapso de tiempo que es tan preciso en cada uno como la huella dactilar, el cronómetro de vida que, a la llegada del fin; desde la fase celular inicia la cuenta regresiva. Solo lo sabemos, más no lo conocemos, tememos el arribo de ese segundo determinante que culminará la luz, dejamos de funcionar con la visita de la tan temida muerte.

A sabiendas de estas condiciones existenciales nos encaminamos a llevar la rutina cotidiana en función de la formación personal, familiar, profesional y social. Sin importar el cumplimiento humano, en algunos casos olvidamos la razón y prevalece el capricho, olvidamos la salud e ingerimos cualquier cantidad de alimentos que perjudican nuestras capacidades físicas, aun así; la irracionalidad se esmera por conciliar la conducta que más adelante estaremos arrepentido o deprimidos por no haber tomada acciones a tiempo. Por ende, seguimos amparados dentro de la condición humana, máquinas perfectas que las convertimos en imperfectas.

Un día más o un día menos, el jueves veinte de octubre de 1955 abandoné el mundo gestante para anclar el resto de la vida en el plano material universal, un nuevo mundo con otros objetivos y tal vez una misión de vida. Aunque, larga o corta que fuese la existencia siempre se cumple un objetivo. Este terminal terrestre me recibe entre llantos y alegrías, o quizás un ambiente usual, acostumbrados a ver el alumbramiento con causa natural. Lo cierto es que, la llegada fue en una de las habitaciones de la casa número 62, campo Bella Vista en la población de Lagunillas, Municipio Alonso de Ojeda, Estado Zulia Venezuela. Una casa singular, común, todas iguales; solo se distinguen por el número y color que cada habitante adorna según el gusto de la familia, diseñada para trabajadores y clasificadas según la categoría del empleado, al estilo corporativo de la industria petrolera, todas iguales, en bloques residenciales denominados campos residenciales petroleros, asignadas a obreros o ejecutivos de la industria mientras éste: mi padre, pertenezca a la plantilla laboral, atendido o asistido por un médico de familia y algunas colaboradoras con experiencia en recibir a este nuevo ser, en la misma casa de habitación por razones obvias y la premura del parto.

Un nuevo bebé para la comunidad, un nuevo bebé llorón que se presta a sufrir de la inexperiencia de una madre joven, primeriza, carente del apoyo incondicional de su esposo, mi padre. Tal vez ausente por su trabajo, o responsabilidades que están por encima de un alumbramiento normal, sin pena no gloria, uno más en el sector, uno más en el mundo. Ya estoy aquí, y ahora. Posiblemente mi madre embargada por las dudas, sin saber qué hacer en ese momento tan peculiar, corresponde a conductas biológicas, maternales, bajo el instinto de protección hacia su hijo. Y así inicio el camino de la vida. Los primeros meses de vida los que lógicamente nada recuerdo y tal vez no recordaré nunca. Luego de unos meses, privado de la fortaleza física para caminar llega a mí la compañía inesperada, mi hermana. Sin haber abandonado el lapso cuaternario sugerido por los médicos ya mi madre estaba a la espera de un nuevo miembro de la familia.

Multiplicándose el llanto y elevando las preocupaciones domésticas por el lado maternal fuimos avanzando progresivamente en el tiempo y dando paso a la reproducción humana sin pensar en las condiciones idóneas: casa, trabajo y finanzas. Mi hermana llegó al mundo en una casa que ahora en este momento conserva su espacio territorial, convertida en funeraria; Ciudad Ojeda, el mismo Municipio. Dos infantes que configuraron la vida más compleja para la familia. Sin embargo, aún joven, activa, dinámica, con solo preocupaciones sublime ya que la juventud no centra la responsabilidad en toda la extensión de la palabra. Es posible que nuestra llegada al mundo no fue planificada o pensada en el seno del hogar, sin importar el criterio el clan familiar va en aumento; un año y algunos meses después se integra a la familia un nuevo miembro, un nuevo infante; mi hermano. Para ese momento vivíamos en la Ciudad de Santa Bárbara en el mismo Estado Zulia, ya que mi padre conducía nuevas responsabilidades laborales, así como mi madre; trabajaba en la empresa de comunicaciones del Estado como operadora. Aunque las adversidades cubren irremediablemente a la familia se sigue el plan de crecimiento familiar por tales razones nos vemos obligados a cambiar nuevamente nuestra casa familiar llegando a vivir en Maracaibo, en un apartamento del sector popular de las que para entonces se catalogaban como viviendas modernas denominadas urbanizaciones residenciales. Es allí cuando arriba el nuevo y último integrante del clan, mi hermana la que vimos todo el procedimiento del nacimiento husmeando por las hendijas de la puerta. Era y fue en apartamento de la urbanización que se convirtió en la casa hogar de la familia, vivimos allí hasta cumplir la edad adulta, hasta obtener responsabilidades laborales los miembros más jóvenes en ayuda a las necesidades económicas de la familia.